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domingo, 20 de noviembre de 2011

Adiós Sánchez , (la columna estriada)


No me despido del patriota, me despido del pueblo, del conglomerado que ha sido incapaz de conservar la Casa de Trina de Moya, para su exportación como producto mercadeable de consumo turístico.

Los victimarios ha sido los nuevos ricos. Los que creen que el dinero puede comprar la historia, la cultura, y la memoria. Un viejo rico no hubiera sido capaz de hacerlo. Esos valoran, atesoran, aprecian. Los nuevos ricos, incultos por herencia del desprecio, solo saben sustituir, marcar como se hace con las reses, sellar para autentificar un logro, un alcance, un nuevo éxito económico. Tenía que venir como arrogancia del poder adquirido. Detrás de toda fortuna hay una malaespina que en la mayoría de los casos es o hijo o hija o esposa del afortunado trabajador que ha tenido éxito comercial y ha amasado la fortuna heredable. Del allí las prisas para seguir heredando bienes materiales y como la cultura no se hereda, se echa abajo, piqueta en manos con la perspectiva ciega del falso progreso y el peor y mal entendido desarrollo a cuestas.

Sánchez el ex muelle, el ex referente bancario, la ex aldea de pescadores, la ex ciudad frente a la desembocadura del Yuna que tuvo tranvía y tren, ya cada día tiene menos. Ahora perdió su casa más emblemática. Ya casi no tiene nada, y languidece como pueblo porque su juventud huye a las ciudades grandes vecinas o distantes. Su historia, pisoteada, ha perdido, durante el fin de semana largo una pieza importantísima e insustituible, del rompecabezas cultura de lo que fue su ciudad.

La familia Cambero ha preferido destruir la vieja casa de Trina de Moya para sustituirla por una caricatura seudo arquitectónica realizada por un joven arquitecto que, sin asidero conceptual, quizás desconociendo la historia y mucho menos sabiendo nada de la cultura heredable, aporta un objeto sin proporcionalidad e intenta, sin lograrlo, parecerse ala antigua casa que sin arquitecto conocido, logró el equilibrio de formas que ésta nueva no tendrá.

Sánchez, sin muelle, sin tren, sin tranvía y sin casa de Trina de Moya, ¿Qué es? Nada.

¿Quién se detendrá en un pueblo moribundo? Nadie.

¿Quién se saldrá de su ruta hacia la bahía de Samaná, camino a la ciudad frente al Cayo Levantado o en ruta hacia el Salto del Limón para entrar en Sánchez? Nadie.

Porque ya nadie irá a ver las casas antiguas, antillanas, que admiraban los viajeros, así viejas y carcomidas, siempre a la espera del arreglo, de las inversiones de los dueños o del Estado, que nunca aporta lo debido y deja que las cosas ocurran.

Camarones, mejillones, langostas y pescados, les quedan ya lejos a Sánchez.

Pero además, eso lo hay en cualquier lugar.

Emilio José Brea García.

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